Por: Boris Bernal Mansilla*
Nemecio Huanacu Calamani**
Fuente: Periódico La Razón (Edición Impresa) 06 de enero de
2016
El atuendo de los “Sikuris Taypi Ayca-Italaque” es una
complementariedad entre lo simple y lo bello, de la cual sobresalen dos tipos
de trajes con arte plumario, los que llevan sobre la cabeza los suris
(avestruces) y, por extensión, los adornos especiales de plumas de avestruz
traídos antiguamente de Carangas en forma de enormes corolas, estos son
completados con hermosos ponchos tejidos hábilmente y nada más que las prendas
cotidianas de los originarios de la región del Municipio de Mocomoco.
Por otra parte, va en la cabeza un penacho de plumas en
forma de flores de pariguana (flamenco) llamada muchchullu, una peluca negra,
pañoleta blanca para la cabeza o phike chukha. En el cuerpo visten un saco
negro tejido con lana de oveja, un camisón blanco de bayeta de oveja con cuello
tipo cadete, un capacho (bolsa grande) multicolor con abundante iconografía y
su chuspa (bolsa pequeña) con coca, cigarro, llujta y alcohol.
Su vestimenta continúa con un ponchillo rojo con ribete
blanco llamado khawa y una chacana de un metro construida con palitos de
kiswaray o con caña hueca, adornados con plumas de loro y de tunky de varios
colores colocadas en el hombro derecho.
En la cintura hay un faja multicolor, para abajo pantalón
negro con botapié ancho con vivo blanco y abertura hacia atrás y pollerín
blanco con pliegues entallados a la cintura; en los pies abarcas blancas.
Sobre la vestimenta de los Sikuris, en 1830 Alcides
D’Orbigny, en su libro Viaje por la América Meridional, relata: “Unos tenían en
la cabeza un armazón de plumas de avestruz tan altos como sus cuerpos; otros
llevaban una máscara, que sostenían levantado el brazo. Cada banda compuesta de
ocho a diez individuos, estaba formada de seis a ocho músicos y de dos
bailarines. Los músicos tenían en la mano izquierda sea una flauta de tres
agujeros, sea flautas de pan de diversas acotabas, mientras que, con la derecha
golpeaban acompasadamente sobre un tamboril chato y ancho, colgado del lado
izquierdo.
Con estos instrumentos formaban acordes, o mejor dicho, cada
uno ejecutaba una nota; y del conjunto de esos sonidos, sobre diversas octavas,
resultaban aires monótonos y tristes.
Los músicos de una de esas bandas llevaban sobre la cabeza
una enorme corona formada de plumas de avestruz, y los bailarines estaban
vestidos con trajes de arlequín, otro grupo se componía de hombres disfrazados
de mujeres, con un inmenso bonete adornado de espejos y plumas de los más vivos
colores, sacadas a los más brillantes pájaros de las regiones cálidas. Los
miembros de una tercera banda se distinguían por un bonete chino adornado de
cintas y plumas coloreadas”.
Antonio Gonzales Bravo describió la vestimenta de los
Sicuris de Italaque en 1925: “nos seduce la simplicidad de los trajes de los
Sicuris, que son dos: los que llevan los suris (avestruz: adornos especiales de
plumas de avestruz), los suris heráldicos decimos, en forma de enormes corolas,
que los Sicuris (tañedores de sicu: siringa kolla), lo mismo que los laquitas y
los tariquis de otras partes del altiplano, llevan sobre la cabeza.
El otro traje, en pollerines de género blanco de algodón,
tieso y plegado; ponchillo de merino color rojo, con encaje de tul blanco en
los bordes; y, en la cabeza, penacho de plumas de color, en forma de ramos de
flores”.
Gustavo Adolfo Otero, en 1950, en su libro Piedra Mágica,
relata: “El disfraz de Sicuri, consiste en un frac bordado en su totalidad con
hilo de oro sobre fondo de seda o terciopelo. El chaleco también es bordado y
los pantalones unas veces largos y otras cortos, que permiten lucir medias de
seda y zapatos de charol. La cabeza está cubierta por una peluca blanca, a la
que defiende un sombrero de paja, engalanado con plumas. El rostro está
cubierto por una máscara de estuco, de fisonomía blanca y que afecta los rasgos
de un hombre viejo y respetable provista de largos bigotes blancos.
Algunos de estos Sicuris, los que no llevan ‘zampoñas’,
llevan un látigo o una sonaja de madera. La presentación de estos Sicuris
evidencia que sus disfraces son de ejecutoria histórica reciente. Constituyen
una caricatura de la moda señorial de la época afrancesada de Carlos III.
El bordado de estos trajes, durante los últimos cincuenta
años de la colonia fue, tanto en Potosí como en La Paz, labor de los
trabajadores manuales llamados ‘pasamaneros’. Esta industria de la pasamanería
adquirió gran auge y difusión a pesar del elevado costo. Los trajes de los
Sicuris, debido a su precio casi fabuloso en relación a los pequeños capitales
de los indios y mestizos, se alquilan o bien, cuando han sido comprados, pasan
como tesoro familiar”.
Carlos Salazar Mostajo, promotor de la normal de Warisata,
relataba: “Bajaban del calvario de Italaque cerca de un centenar de tropas de
Sicuris para la celebración del día de Corpus Cristi. Ricas en vestimenta,
brillantes en colorido, ofrecían el espectáculo más extraordinario que puede
darse. Muchos conjuntos ostentaban el penacho de plumas de flamenco o de
avestruz que en la parla aymara se llaman, respectivamente, parihuana y suri, y
que en el continuo girar de los músicos se convertía en remolino de blanco
ondular”.
Antonio Paredes Candia, sobre el atuendo del sicuri: “Calzón
corto hasta la rodilla, confeccionado de bayeta de color negro; sostenida a la
cintura por una ancha faja multicolor nombrada en aimara wakha. Un chaleco de
la misma tela y color, con ribete rojo. Encima y cruzándose el pecho, dos
bolsas autóctonas (chuspa). Un saco llamado por ellos chamarra, de bayeta
negra, con bordados de trencillas (chejchis) en los puños, codos y en la parte
inferior de la espalda.
Sobre el saco y rodeándole la cintura, una tira de tela
blanca plisada, colgándole una parte sobre el trasera semejanza de cola. Sobre
los hombros un ponchillo corto de tela, llamado khawa. Encima un pañuelo blanco
doblado diagonalmente, que le dan el nombre de pitapaño, anudado bajo uno de
los brazos.
El cabello peinado en una sola trenza que cae sobre la
espalda y tocándole la cabeza con un muchchullu, especie de sombrero de forma
cónica hecho de totora que remata en un coposo buquet de plumas rojas. La parte
cónica se encuentra adornada por espejuelos enmarcados en plumas de colores.
Estos adornos de plumones se denominan pfuyus.
El buquet de plumas rojas está fabricado de la siguiente
manera: varios palitos o varillas (tisi), en cuyas puntas superiores se
encuentran amarradas plumas rojas de pariguana, semejando flores. Sobre la
frente y colgado del cas- quete, cae un encaje tejido grueso que vela la faz
del danzarín”.
Ahora bien, el muchchullu era una especie de sombrero de
forma cónica hecho de totora que remata en un coposo buquet de plumas rojas. La
parte cónica se encuentra adornada por espejuelos enmarcados en plumas de colores.
Estos adornos de plumones son los pfuyus. Se utiliza totora en la parte
inferior, tela roja, plumas de pariwana, baritas de caña (Tuquru) y lana roja.
Para elaborar el casco “se remoja y amarra totora, las
plumas están amarradas en pequeñas ramas de chhaxraña y éstas, a la vez,
amarradas en una varita de caña gruesa (Tuquru)”.
Primero se remoja la totora para darle la forma, con unos 27
cm de alto y 8 cm de diámetro, amarrada en cono cubierto por una tela roja. Se
deja la totora descubierta en la parte superior para incrustar las plumas.
Las plumas van amarradas en pequeñas ramas (chhaxraña) sobre
una de las ramitas se envuelve lana roja y en las puntas se sujeta las plumas
que van en una varita de caña gruesa o tuquru. El número de varitas utilizadas
en cada muchullo debe ser de 40 a 60 unidades. “Esta vestimenta es utilizada
por los varones, intérpretes del sicu, de la fila ch’iqa fila de izquierda y
representa las flores”.
El arte plumario de los Sikuris Taypi Ayca-Italaque fue
heredado de sus ancestros, el ontos, y hoy es vulnerable a la extinción por
descuido y negligencia de las autoridades.
Los pueblos y naciones indígena originario campesinos
heredan objetos de arte plumario y los usan de generación en generación, siendo
estas piezas de producción mínima, única y exclusiva. Es tiempo de revalorizar
nuestra cultura, porque “un pueblo sin cultura es un pueblo sin alma”.
* Es escritor,
filósofo del Derecho, descendiente del Cacicazgo Kutipa de Italaque y delegado
de Culturas, Interculturalidad y Turismo del Gobierno Autónomo Municipal de
Mocomoco en La Paz.
** Es abogado y
representante de la Comunidad Taypi Ayca del Municipio de Mocomoco.
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